Si tuviésemos que destacar algo que nos ha parecido extraño de Honolulu los días que hemos estado, sin lugar a duda han sido las olas. Durante los 10 días que hemos pasado en la isla, 9 días las olas eran más bien pequeñas y por lo visto se habían ido todas a San Sebastián. Todos los días a excepción de uno. Una mañana soleada con un fuerte viento sur prometía oleaje. Jode oleaje..
Ya habéis podido comprobar en el post anterior la talla de las olas de las que estamos hablando. Picos que sobrepasaban los 4 metros en donde unos cuantos cracks deleitaban con giros e increibles maniobras en una tarde de postal. Fotógrafos por toda la playa, coches y más coches en los parkings y lo que no eran parkings, tipos con videocámara dentro del agua grabando a los surfers y público anodado por el paisaje y la fuerza de la madre naturaleza en un atardecer de ensueño.
A pie de playa se encuentran numerosas casas, más bien chalets de impresionantes dimensiones. Entre ellas, todas las firmas de ropa surferas tienen allí una mansión para sus pros. Volcom, Quiksilver, Rip Curl, etc.. Casas repletas de todo tipo de equipamiento como gimnasio, salones de ensueño rodeados de última tecnología y cualquier comodidad para que sus pros entrenen y compitan en las mejores condiciones. Esto es Hawaii, esto es Pipeline. Una playa en donde se pueden disfrutar desde dentro, y en nuestro caso desde fuera, de las mejores olas del mundo.
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